Un potro con nombre de cacique
Sin un caballo, un perro y un amigo el
hombre moriría.
Rudyard Kipling
Hacía unos días que la noticia flotaba en el aire y
ya los chicos sabían que a tu padre le habían
regalado un potro, que lo iban a amansar en la
villa, y que el potro vendría
desde un lugar, muy lejos, allá en el norte y que viajaría en un tren
grande y luego en aquel otro tren pequeñito, resoplante y
humoso que transitando las pampas
amarillas sacudido por ese viento feroz
que venía del oeste y que pasaba
aullando entre los coirones y las
piedras de aquella tierra fría, seca y solitaria. Los chicos y vos
esperaban al caballo como una novedad
que llegaría, en aquellos parajes donde las novedades escaseaban, y se imaginaban su llegada al pueblo inventándole nombres e
imaginando como sería.
Era mayo,
quizás, los días se habían acortado, las noches llegaban pronto y tus juegos y los
de los chicos terminaban cada día mas los temprano cuando el sol se ocultaba
detrás de los cerros y la penumbra y el
frío anunciaba la vuelta de los chicos a sus casas, entre los perfumes de los
leños encendidos que se elevaban desde las
cocinas, y que desde las chimeneas, se subía recto
en el atardecer sin viento, calentando
las casas y las comidas. Pronto llegaría
el veinticinco con su fiesta importante y esperada, los actos de la escuela,
las composiciones alusivas y aquellas
clases donde tus maestros te enseñaban a
querer aquella tierra que habitabas y a seguir los pasos de los próceres que la habían hecho grande. La escuela se llenaba de láminas de personas
solemnes, guirnaldas de color celeste y blanco y actividad febril. Tu padre
había guardado para la ocasión, aquellas bombas, tan temidas por vos, que saludaban con su estruendo y
humareda, la salida de aquel “sol del veinticinco” que asomaba, un
poco tardío, por encima de las crestas blancas de los cerros. Las bombas del
veinticinco, también marcaban el final de las clases, con aquellas temidas
pruebas.
El frío había
llegado y las nevadas ya blanqueaban las
alturas. El mal tiempo, anunciado por los
tordos, aquellos pájaros alborotadores que inundaban tu jardín y devoraban entre chillidos el grano que estaba en los comederos. Aquellos pájaros, anticipadores del frío y las nevadas, habían llegado para quedarse hasta la próxima primavera y tu gato negro tratando inútilmente de cazarlos, esquivando picotazos y, cada tanto, los escobazos de La Nicolaza, aquella tehuelche inmensa y franca, feroz defensora de los tordos, de los gorriones y de los chicos.
Llovía en una
forma torrencial desde hacían dos semanas. Los arroyos habían desbordado y
bajaban desde los cerros, velozmente, rugiendo, como una catarata descomunal, arrastrando aquellos árboles grises ya muertos que luego se quemarían en estufas y
cocinas y el agua, espumosa y blanca pasaba por encima de los puentes de maderas gruesa, que por las
nevadas tenían techo y que se veían como
si fueran casas apoyadas en ambas
orillas, ahora inundadas por aquellos torrentes desbordados. Cruzar era
imposible y la huella que unía a la pequeña ciudad y tu aldea, a donde llegaba
aquel pequeño tren, estaba cortada
por los grandes ríos salidos de
madre aislando del mundo al los
habitantes de esa pequeña villa. El
valle, rodeado por los cerros oscuros, coloreados por la nieve y por los
árboles que se ponían rojizos en otoño
asumía esa soledad que solo impone una lejanía aceptada con resignación. Solo,
recuerdas, se podía llegar dando un gran rodeo, con aquellos grandes camiones
de la Gendarmería o del Ejército y que la gente grande comentaba que habían venido de una guerra que
había habido en otro continente y que
los llamaban Camiones Canadienses.
Había oscurecido y un camión grande y ruidoso de
color verde se había detenido en la
puerta de tu casa bajo la lluvia torrencial, era un camión enorme con la caja tapada por una lona oscura y que mojada, brillaba en la oscuridad bajo las luces de las linternas. Los faros
encendidos iluminaban la oscuridad hacia
delante y las gotas que cruzan el sector iluminado te parecían estalactitas verticales detenidas en el tiempo en aquel espacio amarillento y angosto. Dos hombres,
cubiertos con largos capotes han bajado y saludan a tu padre que los hace
pasar. Desde el camión, detenido con los faros encendidos, se escucha el
relincho descomunal del potro que se encuentra en la caja del camión, protegido
por la lona verde. En la cocina grande y cálida, los hombre de uniforme marrón, dejan grandes
charcos en el piso mientras la Nicolaza,
preparaba la mesa para los dos
hombres, seguramente cansados y hambrientos y les arrimaba una jarra de vino, pan y queso
mientras prepara bifes de oveja a la
plancha con ajo y perejil y que
perfumaban la cocina, mientras freía sobre la plancha de la cocina a leña los
huevos que ponían las gallinas batarazas que vos y tus hermanos cuidaban y
alimentaban. Aquellas gallinas que nunca serían sacrificadas por que tus hermanos y vos las habían criado
desde que eran pollitos. O desde huevos quizás, incubados por cuarenta días por
otras gallinas.
Tu padre les ha
servido nuevamente a los hombres de
uniforme, el vino de bordalesas que junto con las aceitunas y las pasas
oscuras de uva, han venido desde muy
lejos en tanto que afuera, en la noche
oscura, la lluvia continúa y el ruido de
los torrentes que bajan desde los cerros llega a la casa como un trueno lejano
o un motor gigantesco que acelera.
- Que
tal el viaje, sargento? Ha preguntado tu padre
- Largo,
señor, cruzamos el río como a ciento cincuenta
Km. de aquí
- El
agua llegaba hasta el piso del camión, agregó.
- La
huella la ha borrado la lluvia, hay troncos caídos por todas partes…
- Hubo
peligro?,
- No
señor, no creo, dijo el hombre
- Solo
que vinimos muy despacio, de la estación en cuanto llegó el tren y pudimos
subir al potro.
- Fue
bravo subirlo, Señor, muy bravo….dio mucho trabajo subirlo al camión, ¡es un
animal muy chúcaro!
- Es
un animal hermoso, señor.
- El
Mayor veterinario quería dormirlo. Pero el Teniente Coronel dijo que no.
- Está
bien el Lobuno? Había preguntado tu
padre.
- Si
señor es un caballo nuevo y muy fuerte.
- Se
me ocurre que el problema va a ser amansarlo. No va a ser fácil.
- Disculpe,
señor: ¿Quién lo va a domar?
- Morales,
el entrerriano que me mando el Tte. Coronel, había contestado tu padre.
- Hummm
seños, no se…
¿Qué piensa? ¿Me quiere decir algo?
- Vea,
don, Morales no amansa, los caga a palos, les gana por cansancio. Es buen jinete pero nada mas.
- Este
es un animal entero, mas difícil, descansa, se recupera y vuelve a ser chúcaro
y…peligroso.
- A
este animal hay que amansarlo despacio a lo indio…
- ¿Se
le ocurre alguien? Metale, ¿Quién?
- Yo
se lo daría al Mateo, el hijo mayor del
indio Casimiro
- Casimiro?
el pibe mas chico es amigo de los mios,
son como hermanos.
- Pienselo,
señor. Es el mejor amansador de toda la zona.
- Amansa
a lo indio, en el agua.
Tus hermanos y
vos, en pijama, recién bañados y comidos, escuchaban asombrados la charla de los hombres desde el pasillo:
¡Había llegado el potro! y el hermano de
tu amigo lo amansaría.
Tu padre había
indicado que le dieran agua y avena y
que los soldados fueran a descansar al escuadrón de Gendarmería. Al día
siguiente lo bajarían. Vos y tus hermanos, en punta de pies han vuelto
silenciosos a sus cuartos. Pronto vendría tu madre a apagar la luz y
bendecirlos con una pequeña cruz, trazada con su pulgar sobre tu frente
y la de tus hermanos y aquella bendición que venía de muy antes, dicha
con aquel leve tono tucumano que con los años se perdiera, repetido, noche tras noche, Una y otra vez:
- Que
Dios me lo bendiga y proteja, mihijito.
Que era como un
conjuro mágico contra los terrores nocturnos.
Sin embargo,
asombro y la excitación no te dejarían
dormir. El Potro había llegado.
El viento había
cambiado y el temporal se había convertido en un día radiante, con el aire
helado y el cielo azul sin nubes. Los distintos verdes invadían las laderas de
los cerros que aun mantenían aquellas coloraciones otoñales que aportaban las
lengas, los coihues y las retamas y las vegas (*) y los mallines se cubrían de
un verde claro sedoso y brillante que te
invitaban a jugar en aquella humedad que
mas tarde al llegar empapado a tu casa,
te costaría una reprimenda y hasta una penitencia.
Eran los últimos
meses de clase y pronto comenzarían las
vacaciones con aquellas, las famosas y
temidas ”pruebas” que se sucedían y la incertidumbre
mantenía a los chicos temerosos de no
aprobar. Repetir significaba que tus amigos, “los chicos” estarían en otro
grado y vos serías un sapo de otro pozo. Un solitario. Era como la destrucción
de aquella cofradía y los chico, s
habían comenzado a releer los viejos cuadernos y a practicar una y otra
vez los “problemas” que tanto te
complicaban la vida a vos y a todos los chicos
Y a la tarde,
después de la escuela, los chicos y vos se juntaban a jugar y planear sus
fechorías en el puentecito techado,
sobre el arroyo que atravesaba el pueblo y que por la fuerza del agua no
se podía utilizar. La noticia era el potro, el Lobuno que le había sido
regalado a tu padre que amaba los caballos, regalo que le hiciera un
jefe de Jefe de Regimiento de
Caballería, viejo amigo suyo y que esa
noche de mayo había llegado con la
tormenta después de un largo viaje en
los dos trenes y el largo viaje
en el camión, cruzando ríos y transitando espacios sin huellas. y que era,
según decían, un animal feroz y
peligroso, que los mayores llamaban padrillo y que solo Casimiro,
el indio tehuelche que era tu amigo, y
compañero de correrías, tu maestro en las cosas de los cerros y del monte,
en los terneros jineteados, de las papas robadas, cocidas al rescoldo, en los
huevos de caiquen cocidos entre las cenizas de un fuego pequeñito hecho en un
pozo, para evitar los incendios el indio tehuelche hijo y nieto de un cacique, conocía sus diferencias
El Lobuno era un animal entero, te había dicho
Casimiro,, es un cojudo capaz de tener cría
y proteger ferozmente a su manada
de yeguas. Y los chicos lo pensábamos como aquellos personajes de Las Mil y Una
Noches, libros que te estaban prohibidos pero que leías subrepticiamente debajo de las sábanas con
una linterna a pilas hasta que el sueño te vencía y cuyos cuentos te aterraban
y llenaban tus noches de fantasmas inverosímiles. Alguna vez quizás, cuentes la
aventura que significaba reponer las pilas de las linternas utilizadas para
leer y que a tus padres los asombraba su corta duración. Y vos le habías
preguntado:
- Casimiro:
¡Y los otros caballos que?
- Los
caballos son capones, no pueden tener crìa.
- Y…los
bueyes?
- Son
novillo amansados para el yugo, decía
Casimiro con paciencia.
- Y
los novillos?
-Son
todos capados, volvía a explicar Casimiro con cara de saberlo todo…..y para
vos, lo sabìa.
El Lobuno estaba
en un corral grande, a media legua del pueblo, en el monte, donde había un
tinglado hecho con tejuelas de alerce, con comedero y bebedero y piso de madera
allí los peones le llevaban su ración de avena y de maíz y aquellos fardos de pasto que olían
bien y que Casimiro decía que eran comestibles. Y el telégrafo de los chicos ya
había transmitido la noticia: El Potro está en el Corral grande, allá en el
monte, detrás de aquel gran Cristo de madera y hacia allá iban los chicos en tropel, desobedeciendo a los
mayores, jugando, tirando piedras, entre bromas.
Y estaba aquella
niña de apellido galés que se había declarado tu novia, sin tu permiso y sin tu consentimiento, que te trataba de dar
besos en la boca ante tu desesperación y tu asco (era mas grande y mas fuerte
que vos) y las risas de los chicos que te avergonzaban, ¡Las novias eran cosas
de grandes no de chicos! Y vos eras un chico que no quería ser grande. ¿Quién
quiere ser grande cuando el aire es limpio y frio cuando hay frutillas en las laderas de los cerros,
manzanas y cerezas en los árboles, grosellas en aquella la planta cerca del Cristo, terneros para
jinetear, papas robadas el rescoldo, huevos cocidos en un hoyo y libros leídos a escondidas de los
grandes, además de amigos divertidos.
Quien querría ser grande? si podías jugar con el hijo de un cacique
tehuelche ¿Nada Menos! por eso ahora
supones que le disparabas como sapo a la
guadaña a la niña galesa. Y era cierto que te
tranquilizaba la idea de que terminaba la escuela y que la mandaban a
Buenos Aires a estudiar. ¡Novias!: ¡Cosas de los grandes! Cuanto mas lejos
mejor, pensabas vos, mientras disparabas
con prolijidad de sus embates amorosos. Los chicos te tomaban el pelo: ¡tiene
novia!, ¡tiene novia! gritaban aquellos forajidos ante tu furia, tu vergüenza y
tu impotencia. Amanda, se llamaba o se llama, Dios lo quiera.
El corral grande era de troncos colocados a lo largo,
era grande, muy grande con aquel tinglado y una tranquera también de troncos.
Tendría unos dos metros de alto, menos, quizás y el potro podría saltarlo
limpiamente si lo quisiera. Inexplicablemente para los chicos, no lo hacía y
estaba allí, solo mordisqueando el pasto verde. Los chicos lo espiábamos entre
las hojas bajas de los árboles, por debajo del viento (a sotavento diría un
marino) para evitar que los venteara. La curiosidad era mucha pero el temor era
grande. Los padres y los maestros te habían advertido del peligro de acercarse
pero los chicos pero la curiosidad y la de los chicos y la sabiduría de
Casimiro podían mas y ahí estabas, detrás de las ramas a sotavento del potro,
que brillaba bajo el sol, y que trotaba con las crines alborotadas en círculos,
en el enorme corral. Cuanta belleza había alli, pensás hoy. ¡Cuánta belleza
había en aquella escena que Dios le regalaba a vos y a los chicos!. Solo a los chicos.
El potro
nos ha visto y ha venido hacia nosotros
a todo galope, relincha y tira patadas al aire, llega cerca de los troncos y se
encabrita, se para en dos patas y el relincho había aterrado a los chicos que
huyeron. Solo Casimiro se quedó parado frente a animal. Vos, quizás por el
miedo, no corriste, te quedaste al lado de tu migo que ahora cantaba una
canción en un idioma extraño, una
canción gutural con palabras desconocidas formadas por muchas consonantes,, una canción que te producía una
sensación extraña de confianza, de tranquilidad y de una profunda tristeza a la
vez, una canción, mas bien un canto, una suerte de letanía que se repetía una y
otra vez, que no comprendías pero que
inundaba tu espíritu de chico y que se ha mantenido viva para siempre en tu memoria.
Casimiro,
mientras tanto, se había acercado muy lentamente al cerco de troncos y el potro se había calmado, movía
la cabeza de abajo hacia arriba bufaba.
Se acercaba despacio con las orejas hacia delante. Casimiro seguía su canto en
voz baja despacio hasta estar, cerco de por medio, al alcance de la mano del
potro El potro del chico, el chico del potro. De pronto y sin dejar de cantar,
sacó de su bolsillo una zanahoria y una manzana chiquita y verde, estiró la
mano y el animal tomó la zanahoria y salió galopando alrededor del corral, se
detuvo en el centro y volvió al tranco despacio hasta quedar cerca de Casimiro
que le ofrecía la manzana. El caballo la tomó con cuidado y repitió la escena.
El asombro te había paralizado y los chicos no podíamos creerlo. ¡Casimiro,
Viejo y peludo! Gritábamos los chicos, y lo palmeábamos. ¡Indio corajudo!,
“astuto” le decíamos mientras los chicos lo abrazaban, Casimiero se reía con su
boca grande de dientes blancos, y sus
ojos negros, chiquitos y achinados brillaban de una manera extraña.
- La
gente no sabe nada de caballos, dijo Casimiro, sin cambiar el tono.
- ¿Y
que le decías? Le preguntabas vos.
¿Qué
era lo que le cantabas? Había preguntado Julio tu otro compañero de andanzas.
- El
canto me lo enseño mi abuelo. Lo cantaba el abuelo de mi abuelo y mi viejo
también.
- Que le decías?,
preguntó Ingrid que era rubia, hija de alemanes y
que tenía largas trenzas.
- Le decía que no tuviera
miedo, que no se asustara, que comiera la zanahoria y la manzana y que mañana
vendría y le traería otra….Que yo era su amigo….
-Eso? Preguntó Ingrid
- Eso, contesto Casimiro
- Y te entendió?
- Claro, ¡¿como no me va
a entender?!
- Los caballos saben
muchas cosas, dijo Casimiro, como si hablara de algo cotidiano.
- Saben todo, son
lenguaraces de todas las lenguas pero entienden mejor el idioma de los Indios.
- Entienden todo, todo,
agregó.
- ¡!No jodas Casimiro!!
Y
Casimiro se quedaba callado, sin respuesta ante la incredulidad de los chicos.
- Vos me crees? Te había
preguntado.
- Si, que te creo. Yo te
vi. Habías contestado.
Y los chicos
volvían al pueblo Pronto oscurecería. Volvían dando un rodeo largo para que los
grandes no supieran de donde venían y a vos y tus hermanos los esperaba el baño
odiado e inevitable baño diario antes de que se sentaran a la mesa.
Las visitas al
potro eran la nueva dirección de los chicos y el robo de zanahorias, una
práctica normal. Zanahorias y repollos habían muchos y nos grandes ignoraban
los robos.
Tu hermano
menor, era pequeño, gordito y solemne, serio y reconcentrado y voluntarioso en
la tarea de pertenecer a la cofradía. Una tarde cuando los chicos se juntaban
en el puentecito con techo, apareció con un
repollo enorme, robado del galpáon/despensda donde los colgaban cabeza
abajo y que duraban largo tiempo. Hablaba con la Zeta y con la de:
- Che
Cazimido? ¿Loz cabayoz comen depollo?
- Lo
robaste?
- No
lo dobe. Me lo dio la Nicolaza
Bolaceó aquel
pequeño gran mentiroso (¿mentidozo? ¿Por qué no?. Y los chicos caminaba hasta el corral
cargados con las zanahorias robadas y
las manzanas chiquitas y ácidas que bajaban del árbol que estaba cerca del
Cristo de madera. Tu hermano menor, a duras penas, transportando aquel repollo
que no sabia si le gustaría al potro.
Era ya como una rutina, el potro veía a los chicos y se
aproximaba relinchando al gran galope, aceptaba las zanahorias y las manzanas
y hasta el repollo de tu hermano.
Estiraba la cabeza por sobre el cerco y se dejaba acariciar el morro y las
orejas por los chicos. Aquel era el el potro chúcaro que los grandes no entendían.
Casimiro había
llegado al puestecito con un lazo de tiento retorcido, era un lacito
pa´las ovejas, finito y sobado, que había escondido arrollado en la
cintura y tapado por aquellos sweater que tejía su madre con lana que ella
misma hilaba.
- Para
que llevás el lacito, Casimiro?, le había preguntado
El indio, se
hacía el misterioso, se traía algo entre manos y alguna fechoría había salido
de su cerebro de indio astuto e inteligente.
Con los años, te
enteraste que Casimiro se había convertido en maestro y profesor prestigioso en la zona y
que luego daba clases en algunos colegios secundarios. ¡¡Casimiro, carajo!!
- Ya
vas a ver, había dicho, ya vas a ver…..Le gustaba crear expectativas
El potro se
había acercado como siempre y recibia las manzanas cotidianas y las zanahorias.
Casimiro, había caminado y por un hueco entre los troncos de cerco, había
entrado al corral mientras a los chicos
nos corría un escalofrío por la
espalda.
- Casimiro,
venite para acá!!! Le habías gritado
El indio te
ignoró y comenzó a canturrear esa canción, despacio, mientras estiraba la mano
con una zanahoria. El potro se acercó al tranco, despacio, bajo su cabeza y
tomó la zanahoria. Casimiro inmóvil como en trance seguia cantando mientras
l,os chicos horrorizados veíamos como lo acariciaba, la pasaba la mano por la
panza y por los cuartos traseros. El Potro, inmóvil. De pronto, comenzó a
refregar con su hocico por la espalda
del indio. Casimiro le había puesto la mano en hocico con el brazo estirado. Le
pasó el lacito por sobre el cuello y lo atrajo hasta casi tocarse, chico y
potro, estaban ahí a menos de un metro, Casimiro el hijo y nieto de un cacique
y ese potro chúcaro, temido por todos y que había venido desde muy lejos.
Casimiro trajo
al potro de tiro hasta los palos, lo volvió a acariciar, le dio la última
manzanita, le sacó el lacito y subió, muy campante, la empalizada. Los chicos
no podíamos hablar de asombro.
- Jah!!!
Había dicho el indio sonriente. No es nada, había dicho como quitándole importancia aunque sabía de nuestro asombro y admiración.
Y la sonrisa no
le cabía en su cara morena. Los Chicos
lo palmeábamos y felicitábamos. Caía la noche y volvíamos a nuestras casas y al
odiado baño cotidiano.
Habían pasado
unos días desde aquel episodio y la
escena se repetía una y otra vez, los chicos de a poco, ingresaban al corral y
acariciaban al potro y este aceptaba los caricias y las manzanas o las
zanahorias. Ese día había amanecido gris, sin viento, con el cielo cubierto de
nubes de color gris oscuro que eran el presagio de una nevada próxima y
temprana o de un mal tiempo que podría durar semanas.
- Ahora
van a ver, había dicho Casimiro….
- ¡No
entren al potrero!
Casimiro había
saltado el cerco y llevaba su lacito y sus zanahorias. El potro se acercó, se
dejó acariciar y recibió su ración. Casimiro le pasó lazo por el cogote se agarró de la crin
y….¡lo montó de un salto, en pelo! El potro no se movió. Luego, despacio, al
tranco, comenzó a caminar dando vuelta al corral, cada vuelta, Casimiro
desmontaba y le convidaba una zanahoria, nuevamente lo acariciaba, le hablaba
y….vuelta a montarlo y a dar una o dos
vueltas, y asi, al paso, al trote y al galope. Casimiro y el potro parecían
divertirse. Pasaron varios días y el potro aceptaba una sudadera, un cojinillo
y un pegual, y permitía que Casimiro le pusiera un bocado, que llevaba
preparado. El potro se había convertido en un caballo manso. Y así galopaban
por el corral y un día Casimiro sofrenó el caballo y te invitó a montar en
ancas, estiró la mano y de un salto estabas agarrado al tu amigo, galopando en
el potro, y con un julepe que no te
dejaba respirar y con la felicidad de un chico de nueve años descubriendo y
disfrutando de aquel placer inenarrable.
Mateo, el
hermano de Casimiro, el que todos sabían que podría amansar al potro, era
empleado de la repartición, y había tenido algunas diferencias con tu padre, su
jefe, y cuando tu padre le pidió que le
amansara el animal, este se negó.
- Que
se lo amanse Morales, señor
Y tu padre, no
había tenido otra posibilidad de revertir las cosas.
El 25 mayo había
llegado, con las bombas de estruendo, el chocolate a la madrugada, el “acto” en
el colegio, y el pericón Nacional que vos bailabas, los discursos de los grandes,
las kermeses y las consabidas domas y carreras
de sortijas. Las carreras cuadreras por plata y las eternas peleas de los borrachos o los
perdedores, o ambos que tu padre trataba
sin mucho éxito de evitar. En todas las
fiestas habían lastimados, cortados y hasta algún muerto en aquellos
duelos inevitables en los que los
rencores, o simplemente el ansia de guapear sumado a la genebra o al vino de
damajuana, encendían los ánimos haciendo
que salieran de sus vainas los facones. Era cosa corriente que los gritos de los mirones de ambos lados
recalentaban los ánimos ya de pór si alterados.
El entrerriano
Morales había traído al potro de tiro y a la asidera, ya con bozal y
cabresteando lo que le habìa llamado la atenciòn al hombre. El potro parecía
nervioso por el ruido y por la música
que emitían los parlantes grises. El potro, al ver a Casimiro, se detuvo paró
las orejas y lo saludó con un relincho, que los grandes no entendieron. A los
chicos les estaba vedada la llegada a los palenques y debían quedarse con sus
mayores. Enfrente tuyo estaba Casimiro con su padre de impecables botas
lustradas, bombacha negra, corralera, camisa blanca y un enorme pañuelo
colorado y rastra brillante de monedas. Corralera y un poncho de vicuña. Era
un hombre grandote de enorme bigotes
grises, estaba también, su madre, y sus
hermanas y también Mateo, en su elegante uniforme de Guardaparque.
Morales se habia
acercado al palco, donde estaba tu padre para avisarle que “lo iba a subir con
espuelas”
- El
animal está medio sobón, señor
- No
lo monte con espuelas, es peligroso para Usted y para el caballo, le había
contestado tu padre
- No
me lo lastime.
- Usted
manda señor, y se había retirado a los palenques
Había llegado el
momento, los chicos conteníamos la respiración, lo iban a montar “con espuelas”: ¿Para que? Se
preguntaban.
- Por
si no quiere bellaquear, había dicho el gendarme que estaba al lado del palco.
- Ese
animal está raro. No es el mismo que cuando vino.
- No
se, es cosa rara.
Le habían tapado
los ojos al potro, Morales lo montó y el animal, como caballo manso salió al
tranco. Desconcertado seguramente. Morales no podía permitir que el animal no
bellaqueara y abrió las piernas y las cerró con violencia sobre las paletas del
potro. Este pegó un relincho, se encabritó estirándose y cayó hacia atrás,
sobre Morales que quedó inmóvil el suelo. El potro no se movía aunque tenía los
ojos abiertos. Morales volvió lentamente en si, tenía una pierna y varios huesos quebrados y lo cargaron en
una camioneta. Gritaba de dolor y le
esperaban muchos kilómetros de traqueteo.
Los chicos mirábamos al potro que por momentos parecía muerto. Cada
tanto, levantaba la cabeza pero la dejaba caer.
- Esta
quebrado, señor, dijo un gendarme.
- Hay
que sacrificarlo
- Espere,
había dicho tu padre, a lo mejor se le pasa
- No
señor, no se le va a pasar, está quebrado.
Tu padre, con la
cabeza gacha se dirigía al jeep a buscar la carabina Winchester mientras
Casimiro, se había desprendido de la mano de su padre y con su hermana menor,
se habían sentado al lado del potro.
Casimiro comenzó a acariciarlo y a cantar aquella canción lo hacía en un tono
alto, de soprano y su hermana se había
sumado con una voz aguda. El padre de Casimiro lo dejaba hacer. No decía nada.
Mateo se acerco
a sus hermanos menores, no cantaba, solo estaba ahí, eran tres indios
acompañando, quizás al potro en su último viaje. Tu padre se aproximaba
lentamente con la carabina. Tenía las mejillas húmedas y aquella expresión de furia que tan bien le conocías. Sabìas que lo
que le esperba a Morale, no sería nada bueno. Vos con tu hermanito menor de la
mano quisieron, acercarse pero tu madre se los impidió impidió.
- Saquenme a los chicos de aquí. Había ordenado tu padre
Casimiro y su
hermana seguían con su canto y el potro parecía escucharlo, movía las orejas trataba
de levantarse pero no podía. Un hombre grandote se había acercado. Traía un
gran cuchillo desenvainado se acercó a tu padre y le preguntó:
- Lo
degüello enseguidita, don, ansi la carne sirve pa´ los perros. Si quiere le
guardo el cuero del lobuno, pa alfombra,
¿Vio señor?
Tu padre no
contestó. Sacó una petaca del bolsillo, bebió un largo trago y preparó la
carabina.
- Espere a que lo
llame. ¡ No toque al animal!
- No
está quebrado, no está quebrado, decía Casimiro
- Está
asustado, tiene miedo de levantarse y que le pase algo.
- Morales
es un paisano pelotudo, lo lastimó con las espuelas, no sabe de caballos. No le hagan nada, se va a poner bien.
- Es
miedo lo que tiene, miedo, ¡solo miedo!
- No
lo maten…..no lo maten!!!, decía, ente hipos el chico.
Y Casimiro había
apoyado su cara a la del potro, lo abrazaba y le cantaba aquella canción
extraña. Una y otra vez. Nadie se animaba a acercarse el chico.
Mateo, se acercó
y con gran calma había tomado el cabestro,
le palmeó el cogote y comenzó a tirar suavemente hacia arriba,
despacio, con mucho cuidado, el
potro pateó con sus dos patas traseras juntas y comenzó a pararse, primero se
sentó y luego despacio se paró. Bufaba, las orejas juntas hacia delante y los
ojos muy abiertos. Lo miraba a Casimiro.
Los chicos llorábamos,
aplaudíamos no reíamos y corrimos a abrazar a Casimiro. Mateo solemne en su
uniforme de guardaparque le dio el cabestro
a Casimiro.
- Tenga,
Ya vamos a conversar usted y yo, se muy bien lo que ha andado ha
andado haciendo. Lleve el potro
al palenque.
Casimiro llevó
al animal de tiro, el Lobuno lo seguía, calmado, de pronto, se tomó de las crines y de un salto
montó al lobuno, y solo con el cabestre y las rodillas llegó al palenque. Lo ató y
volvió con su hermano. Luego vino con las chicos. Su cara estaba llena de
sonrisa.
- Y,
Casimiro?
- Me
parece que de esta tunda no zafo, dijo el indio sin
dejar de sonrreir.
- Mi
viejo me va a fajar nomás. Dijo preocupado.
- Ya andaba maliciando que yo lo estaba
desobedeciendo.
- Que
vas a hacer?
- Y
si te venis a casa, decimos que es para estudiar.
-No
se. Ya me voy a arreglar, dijo como resignado. Aunque seguro que el muy ladino
ya tenía su plan armado.
- Lo
voy a estar mirando para ganar la puerta.
- Si
no me corta el paso, no me agarra y me rajo al monte
- Me
quedo un par de horas, hasta que se le pase.
-Venite
a casa, ahí no hay peligro, habías dicho vos
- Bueno,
si se pone fea la cosa
- Hablo
con mi viejo, por ahí lo convence.
- Dale,
pero l bronca l dura poquito-
Mateo trataba de
ser serio pero sonreía. Estaba acotumbrado a ls fechorías de su hermano mas
chico y hasta le resultaban divertidas.
Mateo se acercó
su padre conversó unas palabras, luego caminó hacia tu padre, caminaba derecho,
con los hombros hacia atrás
- Sabe,
don?: He cambiado de idea, si está de acuerdo y me da unos días de permiso yo
le voy a amansar al Lobuno. Lo va a poder montar hasta su señora o la nena, si hija, se lo aseguro.
- El
Casimiro me va a ayudar
- De
acuerdo, y…
- Gracias
Mateo, luego hablamos de lo que va a cobrar.
- No
hay problema, Señor. Me gusta el caballo.
Tu padre le
ofreció la petaca, Mateo bebió un trago y se la devolvió, el padre de Mateo se
había acercado y tu padre, en un geto cordial le había arrojado la petaca desde un par de metros que el hombre, con
habilidad agarró en el aire, tomó un largo trago y preguntó.
- Está
contento don?
- Y…¡¿Qué
le parece?!...Tu padre sonreía..
- Increíble
el Casimiro. Dijo tu padre
- Indiecito
sotreta, había dicho dijo el indio viejo.
-Y
me salvó al Lobuno.
Esa noche, había
una fiesta en tu casa, con baile y cosas traídas de la ciudad, había venido
hasta un obispo que dijo misa en tu casa en un altar armado en el living.
El tema de conversación era sobre
el Lobuno aquel potro chúcaro que de
pronto se hizo manso. Los Chicos, tu padre y Mateo sabía la verdad, los
invitados no.
Los chicos,
felices espiábamos la fiesta desde la
cocina en la falda de la Nicolasa comiendo aquellos pastelitos, pequeños y
sabrosos que después de freírlos pasaba
por almíbar. Casimiro estaba ahí, invitado de honor de honor y como siempre,
devoraba los pastelitas mas rápido que lo que la Nicolasa los freía. Por el
veinticinco nos quedábamos levantados
hasta tarde.
Al día siguiente
volveríamos a robar zanahorias o repollos o, ¿Por qué no? Inventar nuevas
fechorías.
El día siguente
lo fuiste a buscar a Casimiro.
- Y?..Te
fajaron?
- No.
Esta vez me salvé de la tunda.
- No
te dijo nada tu viejo?
- Uhhhh!.
De dio un sermón de media hora.
- Me
iba a fajar pero mi mamá y el Mateo lo convencieron
-
Pero para mi que no estaba enojado
- Sabés?
Dijo el indio.
-A
mi viejo le gustan los caballos y creo que tu viejo lo convenció.
Tu amigo, el
indio Casimiro había zafado, una vez ms de la tunda prometida.
Había pasado un
año, hacía dos días que la tormenta se había disipado. Y el cielo en esa mañana
helada estaba azul oscuro y sin nubes y el estruendo de las bombas del amanecer indicaban que el día de la Patria comenzaba y con él el final de las clases y
el principio de las esperadas vacaciones, En la escuela, y aún sin que
amaneciera, el viejo chocolate tradicional unía a chicos y maestros en aquella costumbre antigua de comenzar el festejo de las fechas
patrias, cuando aún era de noche juntas autoridades, pobladores, maestros y
alumnos, entonando el Himno Nacional acompañado por la música del piano de la
escuela y tomando el chocolate espeso y dulzón,
antes del comienzo de los actos y
discursos.
Por la tarde, tu
padre se lucía, elegante en la parada, en el lobuno que lucía un chapeado que
era la envidia de muchos, montando aquel potro compadrón, escarceador y
coscojero que tenía el nombre de un
cacique. Se llamaba Catriel.
rasz. 2013.