miércoles, 25 de enero de 2017

Borges y un grumete llamado Francisco.




Borges y un grumete que se llamaba Francisco.
Con su estrellita roja para marcar el sitio donde
Ayunó Juan Diaz
Y los Indios comieron.
JL. Borges

Quizás, porque el chico  de trece o catorce deambulaba por el puerto de Santa Maria, quizás porque era un chico de la calle o, vaya a saber porque,  al pibe lo llamaron,  Francisco del Puerto. Al parecer tenía familia y como dice Gonzalo Fernández de Oviedo estudiando la lista de tripulantes de la armada de Solis, su apellido era Fernández. Francisco Fernández.  La realidad es que no hay muchos datos sobre este chiquilin, salvo que, posiblemente  asombrado por los cuentos sobre la  recientemente descubierta América (que todavía  no se llamaba a si), se ofreció a don Juan Diaz de Solis  como grumete, en la armada que este preparaba para llegar al Moluco o isla de las especies.

Sabemos que partió de San Lucas de Barrameda, el  08/10/1515 y que navegarían, diría Borges,  a los tumbos  por un mar que tendría  cinco lunas de anchura y que aun estaba poblado de sirenas y endriagos…y de piedras imanes que enloquecen la brújula” y que bordeando la costa brasilera encontraron que las aguas cambiaban del verde al amarillento y que “mandado que fue a probarlas descubrieron que no eran aladas y si algo dulzonas”. Solis, al escuchar los relatos de algunos náufragos, decidió explorar un paso que lo llevara a la codiciada Sierra de la Plata.
Imaginemos el asombro de ese chiquilín con los ojos recién abiertos al mundo en un escenario de novedades y asombros constantes. ¿Tendría nostalgia de su tierra? Quizás no, la nostalgia requiere de un pasado que se añora y Fancisco, seguramente no tendría tiempo para esas cosas. Nostalgia de la casa? ¿de los padres? No lo sabemos aunque por lo general los jóvenes no tienen nostalgia de los padres, al  contrario. La nostalgia es algo si como el deseo de que algo que ocurrió y quizás nos hizo felices, vuelva. Necesita fundamentalmente de un pasado vivido y los jóvenes no tienen pasado, tienen futuro.
Lo nuevo y hasta el futuro  estaba ahí y era mas asombro que la capacidad de imaginar. Lo suponemos? Si pero es creíble sin duda.
Solis navegó la costa uruguaya, recaló en Punta del Este, paquetísimo el hombre y al llegar a una isla cerca de la costa uruguaya falleció su despensero don Martín García y lo enterraron ahí. Hombre generoso el Solis, le puso el nombre del despensero a la isla. Siguió el Piloto Mayor barajando la costa hasta que divisaron un caserío. Los Indios lo saludaban y les ofrecían comida. Solis confió en que eran amistosos y  ordenó desembarcar a un destacamento con él al mando y no se sabe porque, el pibe Francisco fue con ellos. Zafó quizás por una questión ritual o, porque no? Por la falta  del molesto baño semanal, algo a lo que los españoles de aquellos tiempos le disparaban como sapo a la guadaña. Supongamos que a rosas no olerían.
Lo cierto fue que los indios eran unos  fallutos y unos mentirosos y los estaban esperando escondidos en la maleza, no les dieron tiempo a defenderse y los cañones de las carabelas no llegaban a esa distancia, terminaron muertos y….comidos a la parrilla, en ese ritual rioplatense de la parrillada que aun persiste pero que Gracias a Dios, se hace con asado de tira. Sería por precaución, pienso que los guaranies se mantenían flacos . Se salvó el pibito que zafó. Al principio parece (contó) que la paso mal pero quizás por su juventud,  aprendió el idioma y se fue asimilando a las indios, aprendió sus costumbres, la habrá hecho ñacate a alguna o algunas indias de buen ver y hasta por ahí, los indios se asimilaron a el. Vivió con ellos diez años hasta que el veneciano don Sebastian Gaboto  lo rescató en 1527.
Cuentan por ahí que Francisco del Puerto comentó que antes de Gaboto habían pasado los portugueses al mando de Cristobal Jaques y que estos estaban en conocimiento de la existencia de la Sierra de la Plata (Que estaba al norte y al oeste) por los comentarios de dos náufragos que estaban en la costa brasilera, Melchor Ramírez y , Enrique Montes que relataron el viaje de Alejo García que al parecer, llegó a la Sierra de la Plata (Perú) y volviendo cargado de riquezas fue emboscados por unos  guaranies paraguayos cabreros  y pasó a mejor vida. Que paso con las riquezas? No lo se.
Del Puerto le comentó a Gaboto lo que los indios contaban y Gaboto sumò los dos comentarios y partió raudo por el Paraná y volvamos a Borges: Entre los camallotes y la corriete zaina,  pensando llegar a el reino del Rey Blanco. Francisco se incorpora a la armada como “lenguaraz” y traductor y acá comienza la historia triste del pibe Fernández: Parece que al llegar al  Pilcomayo, se puso de parte de los indios y traicionó a los españoles y, cuando Gaboto sorteo los saltos de Yaciretá y fundó el fuerte de Santa Ana, masacrada la dotación y destruido por los indios, fue la traición de Francisco el que lo permitió. Nos preguntamos porque zafó de que los mismos españoles lo achuraran.
La cosa con este grumete, parece terminar ahí. Se le pierde el rastro. Algunos dicen que volvió a España, otros que se quedó entre los indios.  No parece haber muchas referencias confiables, Alvar Nuñez, Cabeza de Vaca que cruzó hasta Iguazú y de ahí hasta Asunción, desde Santa Catalina y la Lagoa Dos Patos, cuanta en sus memorias que entre los indios encontró un español “aindiado” que hablaba bien el idioma de los guaranies y  que por la edad bien podría haber sido aquel  chiquilín del puerto de Santa María. Seria? Por ahí….¿quien te dice?.

Le pasaron, según parece, muchas cosas a este grumete aventurero y nos preguntamos que le pasó en esos diez años de semi-cautiverio. De cómo se convirtió en un indio mas y cuanto de español le quedó. De cómo convivieron esas dos culturas y en el conficto permanente. Idio? Español?  Que pasó por su cabeza al ir sufriendo la transformación  aunque,  por ahí, lo mejor sería olvidar  las miserias y  recordarlo como a ese chaval de trece o catorce años que salió  asombrado a descubrir el mundo y que,  ¡vaya si lo descubrió!







sábado, 7 de enero de 2017

El Angelito
…en un  niño que muere
hay quizás, a un    Mozart asesinado..
(Antoine de Sant Exupery)

Ya era tarde aquella noche de junio. Las luces habían guiñado tres veces indicando que en pocos minutos se apagarían y entonces,  las lámparas de kerosene iluminarían los cuartos de los que se quedaban levantados, y también iluminaban tus libros  nocturnos que te hacían soñar con aventuras en buques de vela, en mares lejanos, en países de nombres extraños o capitales exóticas  como  Momprasen o Ulam Bator, donde los héroes de Salgari, de Julio Verne, Jack London y otros, mostraban su coraje y luchaban por el bien, o de los libros prohibidos que leías a escondidas y que  muchas veces  te llenaban de pena o de un terror que no podías explicar.

 Hacía un rato largo que la luna se había ocultado detrás de  los cerros y la oscuridad era total. Desde tu ventana podías ver las luces del caserío, amarillas, temblorosas y  parpadeantes y afuera  solo la luz azulada y tenue de  las estrellas permitían ver la separación  entre  la bóveda celeste y los cerros circundantes. En medio de la oscuridad reinante y del silencio de esa noche sin viento, de pronto y casi simultáneamente   había comenzado aquel  concierto de aullidos. Aullaban los perros, largamente, comenzaban en una punta y se iban extendiendo en abanico hasta la otra y viceversa,  poblando  el silencio de la noche con aquellos sonidos vibrantes, en la oscuridad y en  el silencio pesado  de esa noche de invierno. Eran  largos sonidos como sirenas de buques lejanos, invisibles  que se alejan poco a poco y que se repetían una y que otra vez. Sonidos agudos que se alargaban e iban subiendo en intensidad. Se detenían unos segundos y comenzaban nuevamente. Era como que los perros se trasmitían una noticia triste que por alguna razón inexplicable  hacían pensar   en  el anuncio de algo  malo, de algo triste por venir, la sensación de que los aullidos transmitían una tristeza profunda  que  aun   flotaba, en el aire frio de la mañana en la que la madrugada llegaba despacio y tardía.

Aquella mañana había comenzado soleada y sin viento  El aire era tibio para la época  y el sol iluminaba  las crestas de los cerros. Los chicos y vos remoloneaban caminando despacio  por  el camino  de ripio  que conduce  a la escuela. Poco a poco, había llegado el viento frio del sud oeste y las nubes venidas desde el mismo punto habían comenzado a cubrir el cielo y un poco después del mediodía los nubes habían ocultado al sol y el cielo se había puesto gris plomizo, como cuando se anuncia una nevada. La  tarde se insinuaba como oscura y silenciosa.

Temprano, a la mañana, al llegar a la cocina,  tu madre había encontrado llorando desconsolada  a la Nicolasa, la india tehuelche sabedora de cosas ocultas, de historias de ultratumba, de aparecidos,  de relatos de luchas entre tribus,  de misterios de otros tiempos y de saberes profundos  de su raza.

-Escucho a los perros, Señora? Ha preguntado entre sollozos
-Si, aullaron toda la noche, hasta hace un rato, no se porque…
-Algo malo va a pasar, Señora, algo triste, muy triste, señora.
-Mire el cielo, no mas.
-Parece que va a nevar, dijo tu madre.
-No señora, anuncia, algo malo, los perros ya lo saben y están tristes. Están avisando ¿sabe?.  Aullan para consolarse, para escaparle a la angustia y a la tristeza de lo que está por venir, Señora.
Y continuó llorando sin que nada ni  nadie pudieran consolarla.
-Esta en las nubes y en el aullido de los perros, repetía una y otra vez.
- Está en los pájaros, en los   pájaros negros, señora. Vuelan despacio, van y viene por el cielo…
- Son como los mensajeros de algo malo.
Y no había forma de calmar su llanto y su angustia.

Habías  vuelto de la escuela y el cielo estaba  gris oscuro, sin viento, tal como si de se esperara de una nevada. Y el comienzo de la tarde era silencioso y tristón.

En lo alto  contrastando con el gris  de las nubes, una bandada de grandes pájaros negros volaban en formación perfecta, silenciosos. Giraban en el cielo, lentamente, una y otra vez. Volaban en círculos  y cada tanto desviaban su vuelo hacia el noreste, quizás porque  había llegado el momento de emprender  esa  hazaña fenomenal  que es el  viaje al  calor y al buen tiempo.

La Nicolasa, ha   dejado de llorar y ha  salido de la cocina y se seca  sus grande manos en el repasador que ella misma ha fabricado  con las  bolsas vacías de la harina de hacer el pan. Mira y  mira el cielo gris fijamente  y aquellos pájaros que vuelan  silenciosos y sin aletear en las alturas, meneaba la cabeza.
-Algo malo va a pasa, señora, le comenta  a tu madre
- Esos pájaros  allá arriba son los chasquis  de algo triste, señora y tu madre, que  como buena hija de provincianos tenía un gran respeto por lo sobrenatural,  asentía.
-Y los perros aullaron en la oscuridad, cuando la luna se había ido.
-Ellos, ven, señora, ellos ven lo que nosotros no vemos.
Tu madre, solía compartir con La Nicolasa los relatos y hasta las superticiones  que de hecho las daba por cierto sin asombrarse, como alquel relato  que contaba cuando en una fría madrugada  en Laguna Frias y se despertara con la imagen de su padre flotando en el aire, imagen que, contaba, era absolutamente real.  Cuando le contò el hecho a la mucama araucana, esta se había sobresaltado.
- Ay!! Eso es malo, señora, muy malo

-Es su papa, Señora que la  ha querido saludarla por última vez. Es su papá que se vino a despedir, decía la india.
-Su papá ya no está aquí. Señora, ha partido, ya es Pillàn.
Y a  media mañana, había atracado una lancha fletada desde Bariloche con el telegrama que informaba de la  muerte del padre, tu abuelo. Lo asombroso había sido que tu abuelo había muerto a la misma hora en que tu madre viera la figura de  su padre en el aire de aquella lejana habitación en un punto ignoto de la Patagonia o, aquel relato de una niña pupila en el colegio de monjas e que fue educada, que de pronto, en clase,  comenzó a llorar desconsoladamente   diciendo que su hermanita  le decía adiós. Las monjas no podían calmarla y a los pocos minutos llegó un auto a buscar a la niñita. La hermanita acababa de fallecer. Eran historias de creer o reventar.

Desde tu ventana lo ves  aproximarse. El jinete  monta  un alazán tostado, frizón,   animal de  andar, de patas blancas y tusado a la chilena, el hombre, avanza bien montado, estribando largo y  al trote corto, por el camino que lleva a tu casa,  esa tarde temprano, sin viento y  bajo  un cielo gris plomizo en un  aire cada vez mas frìo. El hombre es corpulento, de grandes bigotes grises con manchas amarillas de tabaco.  Viste  enteramente de negro, salvo por el  enrome pañuelo blanco de seda,   anudado al cuello y el brillo de una rastra de monedas de plata, testigo seguro de otros tiempos, tiempos sin duda, mejores. El hombre, viene cubierto con un fenomenal  poncho chilote, Poncho de Castilla le dicen, y jinete y caballo conforman una figura oscura y sólida.  El ruido de los cascos sobre el ripio se oye a  varios metros y produce una suerte de eco apagado, y los chicos, desde la ventana de tu cuarto vemos como se acerca lentamente. El hombre desmonta y ata al animal en ese poste que tiene  dos argollas  de  hierro que  hiciera  poner tu padre en la tranquera donde comienza el   jardín.  Don Rudecindo  Càrdenas, es su nombre y es el marido de doña Filomena, hija de tehuelches  y  que fue  educada en una escuela de monjas, allá en Comodoro Rivadavia.  El hombre vestido de negro es lo que llaman, un poblador, alguien  que ha vivido allí desde siempre. Hace poco les ha nacido un hijo que se dice que está enfermito y cuyo nombre se ha perdido en algún recoveco de la memoria

La Nicolasa, ha   dejado de llorar y ha  salido de la cocina y se seca  sus grande manos en el repasador que ella misma ha fabricado  con las  bolsas vacías de la harina de hacer el pan. Mira y  mira el cielo gris fijamente  y aquellos pájaros que vuelan  silenciosos y sin aletear en las alturas, meneaba la cabeza.
-Algo malo va a pasa, señora, le comenta  a tu madre
- Esos pájaros  allá arriba son los chasquis  de algo triste, señora y tu madre, que  como buena hija de provincianos tenía un gran respeto por lo sobrenatural,  asentía.
-Y los perros aullaron en la oscuridad, cuando la luna se había ido.
-Ellos, ven, señora, ellos ven lo que nosotros no vemos.
Tu madre, solía compartir sus relatos con La Nicolasa que de hecho los daba por cierto sin asombrarse, como aquel que contaba cuando en una fría madrugada  en Laguna Frias, se despertara con la imagen de su padre flotando en el aire.  Cuando le contò el hecho a la mucama araucana, esta se había sobresaltado.
- Ay!! Eso es malo, señora, muy malo

-Es su papa, Señora que la  ha querido saludar por última vez. Es su papá que se vino a despedir, decía la india
-Su papá ya no está aquí. Señora, ha partido, ya es Pillàn.
A media mañana, había atracado una lancha fletada desde Bariloche con el telegrama que informaba con la muerte del padre, tu abuelo. Lo asombroso había sido que tu abuelo había muerto a la misma hora en que tu madre viera su figura flotando de su padre en el aire de aquella lejana habitación en un punto ignoto de la Patagonia o, aquel relato de una niña pupila en el colegio de monjas que de pronto comenzó a llorar desconsoladamente   porque su hermanita le decía adiós. Las monjas no podían calmarla y al llamar a los padres se enteraron que habían mandado buscar a la niñita porque la hermana acababa de fallecer. Historias de creer o reventar.

El gris  plomizo de esa  tarde y esa suerte de presagio flotando en el aire, te entristecen  y entristece a Los Chicos quizás por el contagio de los mayores. Quizás por esa percepción que solo los chicos tienen.

El hombre se ha   detenido en la puerta de tu casa, desmonta y ata al animal  en la argolla de hierro. Se queda unos minutos  de pie, como pensativo  inmóvil, como, tomando fuerza,  para luego ingresar a la casa por la parte trasera y pide hablar con tu padre. El hombre tiene   el enorme sombrero en una mano y en la otra el mate que La Nicolasa le ha ofrecido, permanece en silencio. Nuevamente, la Nicolasa ha comenzado  a sollozar y se seca las lágrimas con  el pañuelo que lleva colgado de la cintura.

Llegó  tu padre y don Ceferino lo saluda. Se queda unos segundos en silencio.
-En que anda, Don Ceferino?
El hombre se queda unos segundos silencioso como queriendo encontrar las palabras.
-Bien señor. Vine a hablarle, ¿Sabe?
-Digamé, don Ceferino.
-Sabe don Diego? El gurisito mas chico, El Angelito se nos ha ido al cielo…..Parece, don, que el Tata Dios nos lo ha llamado.
- Cuando fue, don Ceferino?
-Hace un ratitoo nomás, parecía dormidito, ¿Vio?
- No se movía el pobrecito….
-Estaba enfermo, preguntó tu padre.
-No don, estaba un poquito afiebrado, nada mas
-Porque no nos avisó y lo llevábamos al pueblo?
-La Filomena no quiso, llamó a la culandera que le echo el  humo y le rezó en mapuche, ¿Sabe?

Tu padre pidió una botella de ginebra y dos vasos, y le ofrece un trago al hombre que hace esfuerzos para no llorar.
-Que podemos hacer, Ceferino.
-La Filomena lo quiere enterrar como cristianito ¿vio, señor?, con un cura pa` que  le rece y una cruz en la tumba.
-Hay que mandarlo a buscar al cura….
-Por eso he venido, señor.
-Si el jeep sale ahora, mañana a la mañana lo tenemos aca.
-Esta bien?
-Si señor, ahora me voy al rancho a preparar el velorio.
-Va a ir usted seños?
 -Claro Ceferino sin duda, habà dicho tu padre.

Los chicos escuchamos  la conversación desde el pasillo y oíamos los sollozos entrecortados de La Nicolasa.

Hay algo extraño flotando en el aire de esa tarde gris, y so los chicos que tienen los ojos abiertos al descubrimiento de las cosas, a los mensajes que flotan en el aire, a los avisos que traen, encriptados, los vientos helados en las noches de invierno y esa vibración extraña y colectiva que transporta  las noticias y arma las historias que flotan en el espacio mágico de los asombros y, ¿Por qué no? De los miedos de los chicos que llagan silenciosos, subrepticios  por las noches, cuando la luz se apaga como ya has contado después de haber guiñado tres veces  antes que tu madre dibuje  en tu frente una cruz y ese:

-Que Dios me lo bendiga, mihijito!

Solo los chicos podemos comprender ese miedo que fluye desde  las preguntas sin respuestas y de esos cuentos leìdos a escondidas y que seguramente, no podés comprender .

Ese aire frio de la tarde, en el silencio los chicos se  transmiten  la noticia  que les anunciaba que el  hijo  de doña Filomena ha sido llamado por Dios esa tarde y entonces, los chicos estábamos  seguros de poder ver, aquella  alma pequeñita y blanca elevarse en el humo  que sube recto y azulado desde las cocinas a leña de la villa, elevarse por entre los cerros que ya  habían  desaparecido en la oscuridad sin ruidos del atardecer. Y los chicos la veíamos  perderse entre las nubes galopantes alla en lo alto donde la luna  ilumina apareciendo entre las nubes Escoltada por un escuadròn de pájaros negros, de volar lento, silenciosos y solemnes.
Privilegio, solo dado a los chicos y solo a ellos asombrados y reverentes.

-¡Miren!, ¡Miren! … ¡Tiene alitaz azules! Dice tu hermano menor, señalando un punto en el cielo gris.

-         Ze va  volando con las Bandurrias…

El rancho de don Ceferino está a, mas o menos, una legua del pueblo y a la tarde ya está preparado el velorio el angelito.

Poco a poco, va llegandi gente, la mayoría a caballo, unos oocos en Sulky y, muchos a pié. El aire es solemne y los chicos no logramos ver  el interior y lo que ahí pasa. Pese al frìo de la noche y  la llovizna, las puertas y las ventanas están abiertas de par en par la gente sale y entra permanentemente. Afuera, circula el mate y todos hablan en voz baja.

Y los chicos ente el asombro y el temor reverente, hemos desobedecido a los padres y  observamos  la  escena desde la mata de calafate, alucinados  por la visión  de ese rancho bajo y oscuro,  con las puertas y ventanas abiertas de par en par y  las sombras dibujadas con trazos imprecisos  de los mayores que se mueven  despacio, entre las sombras, como seres irreales en la oscuridad manchada por la luz temblorosa que viene de adentro.  Y Los grandes caballos atados a los palenques, pacientes en la espera y la luz titilante de las velas despidiendo a  aquel que no ya  verà  el sol de  mañana. Las luciérnagas amarillentas de los cigarrillos de  los hombres y sus voces graves  que conversaban afuera. Los sollozos en la penumbra y algún grito destemplado que grita la pena y que te oprime  el alma a vos que has  ido a espiar entre las matas el misterio de una muerte que no te podés explicar y aquellos pàjaros negros que volaban silenciosos en la oscuridad, en una formación perfecta, casi sin aletear,  como un presagio o, como una despedida, como guardianes o escoltas de aquel, al que Dios había llamado.

La niebla baja que en la mañana fría humedece los pastos se va apoderando del espacio y poco a poco ha comenzado  aclarar. La luz tenue del amanecer le va quitando brillo a la luz de las velas y lámparas de kerosene en esa madrugada neblinosa y gris. Una mujer toda vestida de negro reparte jarros con mate cocido y los hombres afuera aun conversan y comparte el mate y esa ginebra que viene en un porrón de barro. Los chicos, formados en línea de dos,  de guardapolvo blanco y los maestros silenciosos hemos ido a acompañar al angelito a aquel pequeño  cementerio lejano y solitario en donde moraría por el resto de los tiempos.
Por la huella que viene del valle,  levantando una nube de polvo, se aproxima  el jeep de color borravino que había ido en búsqueda del cura. Han viajado todo la noche. El cura tiene un guardapolvo beige sobre la sotana negra, se lo ha quitado para los oficios fúnebres y la mujer de negro se aproxima, lo saluda  le ofrece un garro muy grande de mate cocido.
Desde la picada del monte, se oye el tañido de un cencerro es el catango , tirados dos grandes bueyes mansos, enormes animales, lentos y taciturnos,  que se aproximan, con ese paso cansino  mientras el cencerro colgado del grueso cuello suena tristemente  una y otra  vez , como en una letanía. Se aproximan tirando un catango pintado  toscamente de blanco que tendrá la misión de trasladar el féretro  pequeñito  al cementerio distante una legua y pico, allà, en la entrada del pueblo, cerca de esa cruz de madera de ciprès.  El Ramòn Vera Leyes los conduce con una picana larga y fina que pocas veces utiliza y los hace detener en la puerta del rancho.

Poco a poco la gente a comenzado a salir del rancho, se oyen algunos sollozos y por fin, don Ceferino, sale con el pequeño féretro en los brazos. Te ha llamado la atención el gesto de abrazar con ternuro o tristeza esa pequeña caja forrada e papel y con moños blancos. Camina despacio y lo coloca con cuidado sobre el catango  también adornado con flores blancas y amarillas y el Ramón ordena a sus bueyes que inicien la macha. Lenta y marcada por el sonido del cencerro. Doña Filomena camina detrás y  repite ese canturreo  gutural entre dientes en un idioma que no entendías pero que le trasmite  a los chicos  una congoja  infinita. No hay lágrimas en la cara de doña Filomena solo ese canturreo, monótono y repetido en voz baja una y mil veces a lo largo del lento camino incansable en ese ruego al Dios de los Tehuelches para que reciba en el cielo  a ese angelito que a ella le había sido negado.

El viaje termina casi una hora mas tarde  en la entrada del cementerio, en la loma, cerca del cañadón, en un claro del monte  y que tiene en la entrada un maitén grande en donde hay una hoyo  cuadrado y pequeñito en el suelo, alejado de las cruces de mera gris,  caídas y olvidadas.

El sacerdote se ha quitado el impermeable y luce una sotana algo raída. Pronuncia un largo rezo en un idioma que los chicos no conocemos y termina con un Padre Nuestro esa  oración perfecta, la oración  de todas las oraciones.

No son muchos los que han llegado hasta ese cementerio lejano, algunos se volvieron mientras el resto, y los chicos caminábamos al tranco  lento de esos bueyes sin apuro. Tu padre y el jefe de los guaraparque van a caballo, tu padre monta a Catriel un potro magnifico.

El pequeño féretro de madera de ciprés va descendiendo despacio, sujeto por cuatro cintas blancas mientras la gente arroja  mansamente en el hoyo puñados de tierra que al caer, hace resonar la caja, última  cuna de un chico que no fue. Un sollozo profundo y sonoro, algo extraño, algo como un aullido profundo y desesperado resuena entre los cerros y en larga fila, los presentes comienzan a saluder  a Doña Filomena. Las personas volverán, caminando despacio, al rancho donde los espera el mate que pasará de mano en mano y el asado de cordero y las largas condolencias. Mañana, los chicos volveremos a la escuela.


El sol  ha  salido nuevamente y aùn  hay   frutillas en la ladera del cerro, el manzano que estaba en la curva cerca del lago, aún tenía algunas manzanas pequeñas y ácidas y las papas, cocidas al rescoldo, ese manjar indescriptible que con los huevos cocidos de avutarda te esperan, cerca del maitén donde hay una planta de grosellas. Y aquella puma con sus dos  cachorros que està  por allá,  en el monte, cerca del cañadón cruzará la huella, para tu asombro y se convertirá en parte de tus recuerdos y nostalgias.
La gorda pedigüeña y los postrecitos.
Dieciocho horas.  Vos has salido a caminar (una hora) por indicación de la médica diabetóloga, (y por el urologo, el gastroenterólogo, el cardiólogo y otros ologos.)  Al parecer la caminata, aburrida, eso si, es algo asi como el remedio mágico. Ya lo dije pero es aburrido.  Cuando pasas  por la puerta del bar del Sofitel tipos clavándose tragos adornados con frutas, todos fresquitos y elegantes. Casi te mandás pero….estas impresentable para tanta paquetería, alpargatas medio vetustas, traje de baño de los de antes, corto y t-shirt comprada en Tres Arroyos, toraba muy toraba. Además no llevas billetera. Tragas saliva y un traguito de agua mineral (cuando eras chico pensaba que el “agua mineral” la hacían moliendo piedras y esas cosas, ahora no sabés. Por ahí…)
Puerta del supermercado de Esmeralda y Arroyo, chiquilina de no mas de veinte años, gorda, ni linda no fea, tatuajes hasta en el pancreas,  sucia muy sucia tirada en el piso. Embarazada y hay como tres chiquitos, muy chiquitos “en escalera” semidesnudos y tan mugrientos como ella. Alrededor, vasos de jugo, galletitas, yogourt, y no sabes que mas, todo desparramado y tirado en el piso. Pide sin moverse, sin levantarse  “ postrecito pa los chicos, Don. Cada tanto a grito pelado reta a alguno (al de la panza  crees (y esperás)  que no). La gente que sale le compra algo pero no lo guarda, a vos te pide algo de plata pa comer. No sabes si putearla o llevarla a tu casa con los gurises, bañarlos y comenzar esa dura y casi imposible tarea de educarlos. Convertirlos en humanos.
Mas de doce años con cosechas record, precios alucinantes del agro, retenc iones confiscatorias, para llegar a esto?. Doce años donde un croto que vivía en un rancho de paja en corrientes se convierte en pocos años en un supermillonario terrateniente y toda una troupe de ladrones e incompetentes vive como nunca, jamás en su p…vida se lo pudo imaginar?
Pasaste por la puerta una hora después, la gorda sigue ahí, la ranchada es mas grande.
Me quedé pensando cual es el daño mayor, entre todos los daños que dejaron y la respuesta no es otra que Les robaron lo mas importante de un ser humano: La dignidad y el orgullo, (he visto en pleno invierno a un linyera digno en su pobreza,  lavarse en una fuente, con un frio de ostias) a ellos no  los avergüenza la mugre, el pedir. Se te hace un nudo en la garganta pensando en los tres gurisitos o en los miles…la bronca te hace pensar en esa ceremonia de la muerte que es el fusilamiento. Que Dios te perdone.  Cruzas los dedos y esperás que se te pase. Seguís pensando en los chiquitos y no sabes bien porque te parece que el día se te arruinó.

Si reciben por correo privado archivos enviados por mi, por favor no los abran. Hay un K escondido tratando de hacer daño.

miércoles, 2 de diciembre de 2015


De culos y de honores:

Quizás he sido traído a este mundo para vivir una vida mejor, pero los bancos no son generosos en esos casos.Por regla general, evito andar en auto en Buenos Aires aunque reconozco que el tráfico ha mejorado y mucho. De cualquier manera, y al mejor estilo de los argentinos, siempre hay un compatriota o mejor aún, un grupo de compatriotas que hacen lo posible (y lo lograrn) de provocarte un problema sexual que consiste en  romperte…..Ustedes saben. El metrobus ha mejorado mucho las cosas pero este ciudadano no se entiende con la nacional y popular tarjeta sube, que como ejemplo, y a estas alturas, me ha manducado algo así como $ 90,00 dinero missing in action o vaya uno a saber en cosa.

Como solución he pensado usar, al mejor estilo del renacimiento, un palanquín aunque tuve que desechar la idea, es complicado, caro, seguramente y lento. La alternativa es el viejo y conocido “coche de alquiler” es decir el taxi que tiene algunas ventajas como no tener que estacionar, tiene aire acondicionado, y es más rápido y seguramente mas barato que el palanquín. Tiene si, una desventaja: El Taxista mas conocido en la jerga nacio popu como “chofer de taxi” u “Obrero del volante”. Algunos alegres, otros malhumorados, otros simpáticos, otros no, pero todos, observadores de la realidad y comunicativos hasta el paroxismo.

1030 de la mañana y tengo turno con el diabetólogo por lo tanto salgo a la puerta. Pasa un taxi , le la luz de “Libre” encendida pero el tipo acelera y se pierde en la maraña motorizada. A los pocos minutos, se detiene subo y “Buenos días” pero no hay respuesta entonces le indico la dirección. “por donde quiere ir” pregunta el caracúlico, “vamos por la Nueve de Julio hasta Lavalle. No contesta y arranca. Tiene un audífono en la oreja derecha  y sopongo que está escuchando radio. De pronto se vuelve locuaz y “Vio Jefe, ya Mauricio sta aumentando lo precios, vio” Le indico que Mauricio va a aumentar los precios el 11 de diciembre, que es la Cristina la que los aumenta ahora. No me cree y se larga a perorar sobre las bondades del Kischnerismo, el colonialismo, los oligarcas, los imperialistas y los lamas tibetanos. (Creo haber escuchado esa güevada otras veces) No le contesto y empieza con la cantinela de “quien es Macri para darle ordenes a Cristina” y asi. Por fin y no se como, sale el tema del honor o de la falta de honor y asegura que “el honor es cosa de ricos, de oligarcas y de aristócratas retrógrados”  “Los pobres, los laburantes no tienen honor, Jefe”.

 Le pregunto si es casado? y contesta que si, Suponga que Ud. Viene paseando con su mujer y un admirador la parte posterior de la digna dama no resiste la tentación de palparle el culo con ambas manos,  Ud. ¿Qué hace? La respuesta era de esperarse. Ahora bien. Usted lleva a su mujer a un laboratorio especializado en esas partes de la anatomía y hace que se la analicen cuidadosamente, milímetro a milímetro, ¿Qué pasa? Y…..nada. OK. Usted como dijo le parte la cabeza, ¿Por qué? Pues por una cuestión de honor. Ni mas ni menos ¡Nabo!.

En ese momento llegamos a destino, son $ 75,00. Casi me pongo a llorar. Me alegra porque en la puerta hay una niña de buenas  y agradables redondeces.

martes, 22 de septiembre de 2015


Un potro con nombre de cacique




Sin un caballo, un perro y un amigo el hombre moriría.

Rudyard Kipling



Hacía unos días que la noticia flotaba en el aire y ya los chicos sabían que a tu padre le habían     regalado un potro, que lo iban a amansar en la villa, y que  el potro  vendría  desde un lugar, muy lejos, allá en el norte y que viajaría en un tren grande  y luego  en aquel otro tren pequeñito, resoplante y humoso que transitando  las pampas amarillas  sacudido por ese viento feroz que venía del oeste y  que pasaba aullando entre los coirones y  las piedras de aquella  tierra  fría, seca y solitaria. Los chicos y vos esperaban  al caballo como una novedad que llegaría, en aquellos parajes donde las novedades escaseaban,  y se imaginaban  su llegada al pueblo inventándole nombres e imaginando como sería.

Era mayo, quizás,   los días se habían acortado,  las noches llegaban pronto y tus juegos y los de los chicos terminaban cada día mas los temprano cuando el sol se ocultaba detrás de los cerros y la penumbra  y el frío   anunciaba la vuelta de los  chicos a sus casas, entre los  perfumes  de  los leños encendidos  que se elevaban desde las cocinas, y  que desde las chimeneas,  se  subía  recto en el atardecer sin viento,  calentando las casas  y las comidas. Pronto llegaría el veinticinco con su fiesta importante y esperada, los actos de la escuela, las composiciones  alusivas y aquellas clases donde  tus maestros te enseñaban a querer  aquella  tierra que habitabas y a  seguir los pasos de los  próceres que  la habían hecho grande.  La escuela se llenaba de láminas de personas solemnes, guirnaldas de color celeste y blanco y actividad febril. Tu padre había guardado  para la ocasión, aquellas  bombas, tan temidas por vos,    que saludaban con su estruendo y humareda,  la salida de  aquel “sol del veinticinco” que asomaba, un poco tardío, por encima de las crestas blancas de los cerros. Las bombas del veinticinco, también marcaban el final de las clases, con aquellas temidas pruebas.

El frío había llegado y las nevadas ya blanqueaban  las alturas. El mal tiempo, anunciado por los  tordos, aquellos pájaros alborotadores que inundaban tu jardín y devoraban entre chillidos el grano que estaba en los comederos. Aquellos pájaros,  anticipadores del frío y las nevadas,  habían llegado para quedarse hasta la próxima primavera y  tu gato negro tratando  inútilmente de cazarlos, esquivando picotazos y, cada tanto, los escobazos de  La Nicolaza, aquella  tehuelche inmensa y franca, feroz defensora de los tordos, de los gorriones y de los chicos. 

Llovía en una forma torrencial desde hacían dos semanas. Los arroyos habían desbordado y bajaban desde los cerros, velozmente, rugiendo,  como una catarata descomunal, arrastrando  aquellos árboles grises ya  muertos que luego se quemarían en estufas y cocinas y el agua, espumosa y blanca pasaba  por encima de los  puentes de maderas gruesa, que por las nevadas tenían techo y  que se veían como si fueran  casas apoyadas en ambas orillas, ahora inundadas por aquellos torrentes desbordados. Cruzar era imposible y la huella que unía a la pequeña ciudad y tu aldea, a donde llegaba aquel pequeño tren, estaba cortada  por  los grandes ríos salidos de madre  aislando del mundo al los habitantes de esa pequeña villa. El   valle, rodeado por los cerros oscuros, coloreados por la nieve y por los árboles que se ponían  rojizos en otoño asumía esa soledad que solo impone una lejanía aceptada con resignación. Solo, recuerdas, se podía llegar dando un gran rodeo, con aquellos grandes camiones de la Gendarmería o del Ejército y que la gente grande  comentaba que habían venido de una guerra que había  habido en otro continente y que los llamaban Camiones  Canadienses.

Había     oscurecido y un camión grande y ruidoso de color verde se había  detenido en la puerta de tu casa bajo la lluvia torrencial, era un camión  enorme  con la caja tapada por una lona oscura y que  mojada,  brillaba en la oscuridad bajo  las luces de las linternas. Los faros encendidos iluminaban  la oscuridad hacia delante y las gotas que cruzan el sector iluminado te parecían  estalactitas verticales  detenidas en el tiempo en aquel  espacio amarillento y angosto. Dos hombres, cubiertos con largos capotes han bajado y saludan a tu padre que los hace pasar. Desde el camión, detenido con los faros encendidos, se escucha el relincho descomunal del potro que se encuentra en la caja del camión, protegido por la lona verde. En la cocina grande y cálida,  los hombre de uniforme marrón, dejan grandes charcos en el piso mientras la Nicolaza,  preparaba la mesa para los dos  hombres, seguramente cansados y hambrientos  y les arrimaba una jarra de vino, pan y queso mientras prepara bifes de oveja  a la plancha con ajo y perejil y  que perfumaban la cocina, mientras freía sobre la plancha de la cocina a leña los huevos que ponían las gallinas batarazas que vos y tus hermanos cuidaban y alimentaban. Aquellas gallinas que nunca serían sacrificadas  por que tus hermanos y vos las habían criado desde que eran pollitos. O desde huevos quizás, incubados por cuarenta días por otras gallinas.

Tu padre les ha servido  nuevamente a los hombres de uniforme,  el vino de bordalesas  que junto con las aceitunas y las pasas oscuras de uva, han  venido desde muy lejos   en tanto que afuera, en la noche oscura, la  lluvia continúa y el ruido de los torrentes que bajan desde los cerros llega a la casa como un trueno lejano o un motor gigantesco que acelera.

- Que tal el viaje, sargento? Ha preguntado tu padre

- Largo, señor, cruzamos el río como a ciento cincuenta  Km. de aquí

- El agua llegaba hasta el piso del camión, agregó.

- La huella la ha borrado la lluvia, hay troncos caídos por todas partes…

- Hubo peligro?,

- No señor, no creo, dijo el hombre

- Solo que vinimos muy despacio, de la estación en cuanto llegó el tren y pudimos subir al potro.

- Fue bravo subirlo, Señor, muy bravo….dio mucho trabajo subirlo al camión, ¡es un animal muy chúcaro!

- Es un animal hermoso, señor.

- El Mayor veterinario quería dormirlo. Pero el Teniente Coronel dijo que no.

- Está bien el Lobuno?  Había preguntado tu padre.

- Si señor es un caballo nuevo y muy fuerte.

- Se me ocurre que el problema va a ser amansarlo. No va a ser fácil.

- Disculpe, señor: ¿Quién lo va a domar?

- Morales, el entrerriano que me mando el Tte. Coronel, había contestado tu padre.

- Hummm seños, no se…

¿Qué  piensa? ¿Me quiere decir algo?

- Vea, don, Morales no amansa, los caga a palos, les gana por cansancio. Es buen jinete pero nada mas.

- Este es un animal entero, mas difícil, descansa, se recupera y vuelve a ser chúcaro y…peligroso.

- A este animal hay que amansarlo despacio a lo indio…

- ¿Se le ocurre alguien? Metale, ¿Quién?

- Yo se lo daría al  Mateo, el hijo mayor del indio Casimiro

- Casimiro? el pibe mas chico  es amigo de los mios, son como hermanos.

- Pienselo, señor. Es el mejor amansador de toda la zona.

- Amansa a lo indio, en el agua.

Tus hermanos y vos, en pijama, recién bañados y comidos, escuchaban asombrados  la charla de los hombres desde el pasillo: ¡Había llegado el  potro! y el hermano de tu amigo lo amansaría.

Tu padre había indicado que le dieran agua y  avena y que los soldados fueran a descansar al escuadrón de Gendarmería. Al día siguiente lo bajarían. Vos y tus hermanos, en punta de pies han vuelto silenciosos a sus cuartos. Pronto vendría tu madre a apagar la luz y bendecirlos con una pequeña cruz, trazada con su pulgar sobre  tu frente  y la de tus hermanos y aquella bendición que venía de muy antes, dicha con aquel leve tono tucumano que con los años se perdiera,  repetido, noche tras noche, Una y otra vez:

- Que Dios me lo bendiga y proteja, mihijito.

Que era como un conjuro mágico contra los terrores nocturnos.

Sin embargo, asombro y la excitación no te dejarían  dormir. El Potro había llegado.

El viento había cambiado y el temporal se había convertido en un día radiante, con el aire helado y el cielo azul sin nubes. Los distintos verdes invadían las laderas de los cerros que aun mantenían aquellas coloraciones otoñales que aportaban las lengas, los coihues y las retamas y las vegas (*) y los mallines se cubrían de un verde claro sedoso  y brillante que te invitaban a jugar en aquella  humedad que mas tarde al llegar empapado  a tu casa, te costaría una reprimenda y hasta una penitencia.

Eran los últimos meses de clase y  pronto comenzarían las vacaciones  con aquellas, las famosas y temidas  ”pruebas”  que se sucedían y la incertidumbre mantenía  a los chicos temerosos de no aprobar. Repetir significaba que tus amigos, “los chicos” estarían en otro grado y vos serías un sapo de otro pozo. Un solitario. Era como la destrucción de aquella cofradía y los chico, s  habían comenzado a releer los viejos cuadernos y a practicar una y otra vez los    “problemas” que tanto te complicaban la vida a vos y a todos los chicos

Y a la tarde, después de la escuela, los chicos y vos se juntaban a jugar y planear sus fechorías en el puentecito techado,  sobre el arroyo que atravesaba el pueblo y que por la fuerza del agua no se podía utilizar. La noticia era el potro, el Lobuno que le había sido regalado a tu  padre que  amaba los caballos, regalo que le hiciera un jefe de  Jefe de Regimiento de Caballería, viejo amigo suyo y  que esa noche de mayo  había llegado con la tormenta después de un largo viaje en  los dos trenes y el largo  viaje en el camión, cruzando ríos y transitando espacios sin huellas. y que era, según decían,  un animal feroz y peligroso,  que los  mayores llamaban padrillo y que solo Casimiro, el indio tehuelche que era tu amigo, y  compañero de correrías, tu maestro en las cosas de los cerros y del monte, en los terneros jineteados, de las papas robadas, cocidas al rescoldo, en los huevos de caiquen cocidos entre las cenizas de un fuego pequeñito hecho en un pozo, para evitar los incendios el  indio tehuelche hijo y nieto de un cacique,  conocía sus diferencias
 El Lobuno era un animal entero, te había dicho Casimiro,, es un cojudo capaz de tener cría  y proteger ferozmente  a su manada de yeguas. Y los chicos lo pensábamos como aquellos personajes de Las Mil y Una Noches, libros  que te estaban  prohibidos pero que leías  subrepticiamente debajo de las sábanas con una linterna a pilas hasta que el sueño te vencía y cuyos cuentos te aterraban y llenaban tus noches de fantasmas inverosímiles. Alguna vez quizás, cuentes la aventura que significaba reponer las pilas de las linternas utilizadas para leer y que a tus padres los asombraba su corta duración. Y vos le habías preguntado:

- Casimiro: ¡Y los otros caballos que?

- Los caballos son capones, no pueden tener crìa.

- Y…los bueyes?

- Son novillo  amansados para el yugo, decía Casimiro con paciencia.

- Y los novillos?

-Son todos capados, volvía a explicar Casimiro con cara de saberlo todo…..y para vos, lo sabìa.

El Lobuno estaba en un corral grande, a media legua del pueblo, en el monte, donde había un tinglado hecho con tejuelas de alerce, con comedero y bebedero y piso de madera allí los peones le llevaban su ración de avena y de  maíz y aquellos fardos de pasto que olían bien y que Casimiro decía que eran comestibles. Y el telégrafo de los chicos ya había transmitido la noticia: El Potro está en el Corral grande, allá en el monte, detrás de aquel gran Cristo de madera y hacia allá iban  los chicos en tropel, desobedeciendo a los mayores, jugando, tirando piedras, entre bromas.

Y estaba aquella niña de apellido galés que se había declarado tu novia, sin tu permiso y  sin tu consentimiento, que te trataba de dar besos en la boca ante tu desesperación y tu asco (era mas grande y mas fuerte que vos) y las risas de los chicos que te avergonzaban, ¡Las novias eran cosas de grandes no de chicos! Y vos eras un chico que no quería ser grande. ¿Quién quiere ser grande cuando el aire es limpio y frio cuando  hay frutillas en las laderas de los cerros, manzanas y cerezas en los árboles, grosellas en aquella  la planta cerca del Cristo, terneros para jinetear, papas robadas el rescoldo, huevos cocidos en un hoyo  y libros leídos a escondidas de los grandes,  además de amigos divertidos. Quien querría ser grande?  si  podías jugar con el hijo de un cacique tehuelche ¿Nada Menos!  por eso ahora supones que le  disparabas como sapo a la guadaña a la niña galesa. Y era cierto que te  tranquilizaba la idea de que terminaba la escuela y que la mandaban a Buenos Aires a estudiar. ¡Novias!: ¡Cosas de los grandes! Cuanto mas lejos mejor,  pensabas vos, mientras disparabas con prolijidad de sus embates amorosos. Los chicos te tomaban el pelo: ¡tiene novia!, ¡tiene novia! gritaban aquellos forajidos ante tu furia, tu vergüenza y tu impotencia. Amanda, se llamaba o se llama, Dios lo quiera.

El corral  grande era de troncos colocados a lo largo, era grande, muy grande con aquel tinglado y una tranquera también de troncos. Tendría unos dos metros de alto, menos, quizás y el potro podría saltarlo limpiamente si lo quisiera. Inexplicablemente para los chicos, no lo hacía y estaba allí, solo mordisqueando el pasto verde. Los chicos lo espiábamos entre las hojas bajas de los árboles, por debajo del viento (a sotavento diría un marino) para evitar que los venteara. La curiosidad era mucha pero el temor era grande. Los padres y los maestros te habían advertido del peligro de acercarse pero los chicos pero la curiosidad y la de los chicos y la sabiduría de Casimiro podían mas y ahí estabas, detrás de las ramas a sotavento del potro, que brillaba bajo el sol, y que trotaba con las crines alborotadas en círculos, en el enorme corral. Cuanta belleza había alli, pensás hoy. ¡Cuánta belleza había en aquella escena que Dios le regalaba a vos y  a los chicos!. Solo a los chicos.

El potro nos  ha visto y ha venido hacia nosotros a todo galope, relincha y tira patadas al aire, llega cerca de los troncos y se encabrita, se para en dos patas y el relincho había aterrado a los chicos que huyeron. Solo Casimiro se quedó parado frente a animal. Vos, quizás por el miedo, no corriste, te quedaste al lado de tu migo que ahora cantaba una canción en un  idioma extraño, una canción gutural con palabras desconocidas formadas por muchas  consonantes,, una canción que te producía una sensación extraña de confianza, de tranquilidad y de una profunda tristeza a la vez, una canción, mas bien un canto, una suerte de letanía que se repetía una y otra vez,  que no comprendías pero que inundaba tu espíritu de chico y que se ha mantenido viva  para siempre en tu memoria.

Casimiro, mientras tanto, se  había  acercado muy lentamente al cerco  de troncos y el potro se había calmado, movía la cabeza de abajo hacia arriba  bufaba. Se acercaba despacio con las orejas hacia delante. Casimiro seguía su canto en voz baja despacio hasta estar, cerco de por medio, al alcance de la mano del potro El potro del chico, el chico del potro. De pronto y sin dejar de cantar, sacó de su bolsillo una zanahoria y una manzana chiquita y verde, estiró la mano y el animal tomó la zanahoria y salió galopando alrededor del corral, se detuvo en el centro y volvió al tranco despacio hasta quedar cerca de Casimiro que le ofrecía la manzana. El caballo la tomó con cuidado y repitió la escena. El asombro te había paralizado y los chicos no podíamos creerlo. ¡Casimiro, Viejo y peludo! Gritábamos los chicos, y lo palmeábamos. ¡Indio corajudo!, “astuto” le decíamos mientras los chicos lo abrazaban, Casimiero se reía con su boca grande de dientes blancos, y  sus ojos negros, chiquitos y achinados brillaban de una manera extraña.

- La gente no sabe nada de caballos, dijo Casimiro, sin cambiar el tono.

- ¿Y que le decías? Le preguntabas vos.

¿Qué era lo que le cantabas? Había preguntado Julio tu otro compañero de andanzas.

- El canto me lo enseño mi abuelo. Lo cantaba el abuelo de mi abuelo y mi viejo también.

- Que le decías?, preguntó Ingrid  que era rubia, hija de alemanes y  que tenía largas  trenzas.

- Le decía que no tuviera miedo, que no se asustara, que comiera la zanahoria y la manzana y que mañana vendría y le traería otra….Que yo era su amigo….

-Eso? Preguntó Ingrid

- Eso, contesto Casimiro

- Y te entendió?

- Claro, ¡¿como no me va a entender?!

- Los caballos saben muchas cosas, dijo Casimiro, como si hablara de algo cotidiano.

- Saben todo, son lenguaraces de todas las lenguas pero entienden mejor el idioma de los Indios.

- Entienden todo, todo, agregó.

- ¡!No jodas Casimiro!!

Y Casimiro se quedaba callado, sin respuesta ante la incredulidad de los chicos.

- Vos me crees? Te  había  preguntado.

- Si, que te creo. Yo te vi. Habías contestado.

Y los chicos volvían al pueblo Pronto oscurecería. Volvían dando un rodeo largo para que los grandes no supieran de donde venían y a vos y tus hermanos los esperaba el baño odiado e inevitable baño diario antes de que se sentaran a la mesa.

Las visitas al potro eran la nueva dirección de los chicos y el robo de zanahorias, una práctica normal. Zanahorias y repollos habían muchos y nos grandes ignoraban los robos.

Tu hermano menor, era pequeño, gordito y solemne, serio y reconcentrado y voluntarioso en la tarea de pertenecer a la cofradía. Una tarde cuando los chicos se juntaban en el puentecito con techo, apareció con un  repollo enorme, robado del galpáon/despensda donde los colgaban cabeza abajo y que duraban largo tiempo. Hablaba con la Zeta y con la de:

- Che Cazimido? ¿Loz cabayoz comen depollo?

- Lo robaste?

- No lo dobe. Me lo dio la Nicolaza

Bolaceó  aquel pequeño gran mentiroso (¿mentidozo? ¿Por qué no?. Y los chicos caminaba hasta el corral cargados   con las zanahorias robadas y las manzanas chiquitas y ácidas que bajaban del árbol que estaba cerca del Cristo de madera. Tu hermano menor, a duras penas, transportando aquel repollo que no sabia si le gustaría al potro.

Era ya como   una rutina, el potro veía a los chicos y se aproximaba relinchando al gran galope, aceptaba las zanahorias y las manzanas y  hasta el repollo de tu hermano. Estiraba la cabeza por sobre el cerco y se dejaba acariciar el morro y las orejas por los chicos. Aquel era el el potro chúcaro que los grandes  no entendían.

Casimiro había llegado al puestecito con un lazo de tiento retorcido,  era un lacito  pa´las ovejas, finito y sobado, que había escondido arrollado en la cintura y tapado por aquellos sweater que tejía su madre con lana que ella misma hilaba.

- Para que llevás el lacito, Casimiro?, le había preguntado

El indio, se hacía el misterioso, se traía algo entre manos y alguna fechoría había salido de su cerebro de indio astuto e inteligente.

Con los años, te enteraste que Casimiro se había convertido en maestro y profesor  prestigioso en la zona y que luego daba clases en algunos colegios secundarios. ¡¡Casimiro, carajo!!

- Ya vas a ver, había dicho, ya vas a ver…..Le gustaba crear expectativas

El potro se había acercado como siempre y recibia las manzanas cotidianas y las zanahorias. Casimiro, había caminado y por un hueco entre los troncos de cerco, había entrado al corral mientras a los chicos  nos corría  un escalofrío por la espalda.

- Casimiro, venite para acá!!! Le habías gritado

El indio te ignoró y comenzó a canturrear esa canción, despacio, mientras estiraba la mano con una zanahoria. El potro se acercó al tranco, despacio, bajo su cabeza y tomó la zanahoria. Casimiro inmóvil como en trance seguia cantando mientras l,os chicos horrorizados veíamos como lo acariciaba, la pasaba la mano por la panza y por los cuartos traseros. El Potro, inmóvil. De pronto, comenzó a refregar con  su hocico por la espalda del indio. Casimiro le había puesto la mano en hocico con el brazo estirado. Le pasó el lacito por sobre el cuello y lo atrajo hasta casi tocarse, chico y potro, estaban ahí a menos de un metro, Casimiro el hijo y nieto de un cacique y ese potro chúcaro, temido por todos y que había venido desde muy lejos.

Casimiro trajo al potro de tiro hasta los palos, lo volvió a acariciar, le dio la última manzanita, le sacó el lacito y subió, muy campante, la empalizada. Los chicos no podíamos hablar de asombro.

- Jah!!! Había dicho el indio sonriente. No es nada, había dicho como quitándole importancia aunque sabía de nuestro asombro y admiración.

Y la sonrisa no le cabía en su cara morena.  Los Chicos lo palmeábamos y felicitábamos. Caía la noche y volvíamos a nuestras casas y al odiado  baño cotidiano.

Habían pasado unos días desde aquel  episodio y la escena se repetía una y otra vez, los chicos de a poco, ingresaban al corral y acariciaban al potro y este aceptaba los caricias y las manzanas o las zanahorias. Ese día había amanecido gris, sin viento, con el cielo cubierto de nubes de color gris oscuro que eran el presagio de una nevada próxima y temprana o de un mal tiempo que podría durar semanas.

- Ahora van a ver,  había dicho Casimiro….

- ¡No entren al  potrero!

Casimiro había saltado el cerco y llevaba su lacito y sus zanahorias. El potro se acercó, se dejó acariciar y recibió su ración. Casimiro le pasó  lazo por el cogote se agarró de la crin y….¡lo montó de un salto, en pelo! El potro no se movió. Luego, despacio, al tranco, comenzó a caminar dando vuelta al corral, cada vuelta, Casimiro desmontaba y le convidaba una zanahoria, nuevamente lo acariciaba, le hablaba y….vuelta a montarlo y a dar  una o dos vueltas, y asi, al paso, al trote y al galope. Casimiro y el potro parecían divertirse. Pasaron varios días y el potro aceptaba una sudadera, un cojinillo y un pegual, y permitía que Casimiro le pusiera un bocado, que llevaba preparado. El potro se había convertido en un caballo manso. Y así galopaban por el corral y un día Casimiro sofrenó el caballo y te invitó a montar en ancas, estiró la mano y de un salto estabas agarrado al tu amigo, galopando en el potro,  y con un julepe que no te dejaba respirar y con la felicidad de un chico de nueve años descubriendo y disfrutando de aquel placer inenarrable.

Mateo, el hermano de Casimiro, el que todos sabían que podría amansar al potro, era empleado de la repartición, y había tenido algunas diferencias con tu padre, su jefe, y cuando tu padre  le pidió que le amansara el animal, este se negó.

- Que se lo amanse Morales, señor

Y tu padre, no había tenido otra posibilidad de revertir las cosas.

El 25 mayo había llegado, con las bombas de estruendo, el chocolate a la madrugada, el “acto” en el colegio, y el pericón Nacional que vos bailabas, los discursos de los grandes, las kermeses  y las consabidas domas y carreras de sortijas. Las carreras cuadreras por plata y las  eternas peleas de los borrachos o los perdedores, o ambos  que tu padre trataba sin mucho éxito  de evitar. En todas las fiestas habían lastimados, cortados y hasta algún muerto en aquellos duelos  inevitables en los que los rencores, o simplemente el ansia de guapear sumado a la genebra o al vino de damajuana, encendían los ánimos  haciendo que salieran de sus vainas  los  facones. Era cosa corriente que  los gritos de los mirones de ambos lados recalentaban los ánimos ya de pór si alterados.

El entrerriano Morales había traído al potro de tiro y a la asidera, ya con bozal y cabresteando lo que le habìa llamado la atenciòn al hombre. El potro parecía nervioso por el ruido y por   la música que emitían los parlantes grises. El potro, al ver a Casimiro, se detuvo paró las orejas y lo saludó con un relincho, que los grandes no entendieron. A los chicos les estaba vedada la llegada a los palenques y debían quedarse con sus mayores. Enfrente tuyo estaba Casimiro con su padre de impecables botas lustradas, bombacha negra, corralera, camisa blanca y un enorme pañuelo colorado y rastra brillante de monedas. Corralera y un poncho de vicuña. Era un  hombre grandote de enorme bigotes grises,  estaba también, su madre, y sus hermanas y también Mateo, en su elegante uniforme  de Guardaparque.

Morales se habia acercado al palco, donde estaba tu padre para avisarle que “lo iba a subir con espuelas”

- El animal está medio sobón, señor

- No lo monte con espuelas, es peligroso para Usted y para el caballo, le había contestado tu padre

- No me lo lastime.

- Usted manda señor, y se había retirado a los palenques

Había llegado el momento, los chicos conteníamos la respiración, lo iban  a montar “con espuelas”: ¿Para que? Se preguntaban.

- Por si no quiere bellaquear, había dicho el gendarme que estaba al lado del palco.

- Ese animal está raro. No es el mismo que cuando vino.

- No se, es cosa rara.

Le habían tapado los ojos al potro, Morales lo montó y el animal, como caballo manso salió al tranco. Desconcertado seguramente. Morales no podía permitir que el animal no bellaqueara y abrió las piernas y las cerró con violencia sobre las paletas del potro. Este pegó un relincho, se encabritó estirándose y cayó hacia atrás, sobre Morales que quedó inmóvil el suelo. El potro no se movía aunque tenía los ojos abiertos. Morales volvió lentamente en si, tenía una pierna  y varios huesos quebrados y lo cargaron en una camioneta.  Gritaba de dolor y le esperaban muchos kilómetros de traqueteo.   Los chicos mirábamos al potro que por momentos parecía muerto. Cada tanto, levantaba la cabeza pero la dejaba caer.

- Esta quebrado, señor, dijo un gendarme.

- Hay que sacrificarlo

- Espere, había dicho tu padre, a lo mejor se le pasa

- No señor, no se le va a pasar, está quebrado.

Tu padre, con la cabeza gacha se dirigía al jeep a buscar la carabina Winchester mientras Casimiro, se había desprendido de la mano de su padre y con su hermana menor, se habían  sentado al lado del potro. Casimiro comenzó a acariciarlo y a cantar aquella canción lo hacía en un tono alto, de soprano  y su hermana se había sumado con una voz aguda. El padre de Casimiro lo dejaba hacer. No decía nada.

Mateo se acerco a sus hermanos menores, no cantaba, solo estaba ahí, eran tres indios acompañando, quizás  al potro en  su último viaje. Tu padre se aproximaba lentamente con la carabina. Tenía las mejillas húmedas y   aquella expresión de  furia que tan bien le conocías. Sabìas que lo que le esperba a Morale, no sería nada bueno. Vos con tu hermanito menor de la mano quisieron, acercarse pero tu madre  se los impidió impidió.

- Saquenme  a los chicos de aquí. Había ordenado tu padre

Casimiro y su hermana seguían con su canto y el potro parecía escucharlo, movía las orejas trataba de levantarse pero no podía. Un hombre grandote se había acercado. Traía un gran cuchillo desenvainado se acercó a tu padre y  le preguntó:

- Lo degüello enseguidita, don, ansi la carne sirve pa´ los perros. Si quiere le guardo el cuero del lobuno, pa alfombra,  ¿Vio señor?

Tu padre no contestó. Sacó una petaca del bolsillo, bebió un largo trago y preparó la carabina.

- Espere a que lo llame. ¡ No toque al animal!

- No está quebrado, no está quebrado, decía Casimiro

- Está asustado, tiene miedo de levantarse y que le pase   algo.

- Morales es un paisano  pelotudo, lo lastimó con las espuelas, no sabe de caballos.  No le hagan nada, se va a poner bien.

- Es miedo lo que tiene, miedo, ¡solo miedo!

- No lo maten…..no lo maten!!!, decía, ente hipos el chico.

Y Casimiro había apoyado su cara a la del potro, lo abrazaba y le cantaba aquella canción extraña. Una y otra vez. Nadie se animaba a acercarse el chico.

Mateo, se acercó y con gran calma  había tomado el cabestro, le palmeó el cogote y comenzó a tirar suavemente  hacia arriba,  despacio, con mucho cuidado,  el potro pateó con sus dos patas traseras juntas y comenzó a pararse, primero se sentó y luego despacio se paró. Bufaba, las orejas juntas hacia delante y los ojos muy abiertos. Lo miraba a Casimiro.

Los chicos llorábamos, aplaudíamos no reíamos y corrimos a abrazar a Casimiro. Mateo solemne en su uniforme de guardaparque le dio el cabestro  a Casimiro.

- Tenga, Ya vamos a conversar  usted  y yo, se muy bien lo que ha andado  ha  andado haciendo. Lleve el potro  al palenque.

Casimiro llevó al animal de tiro, el Lobuno lo seguía, calmado,  de pronto, se tomó de las crines y de un salto montó al lobuno, y solo con el cabestre y las rodillas llegó al palenque. Lo  ató  y volvió con su hermano. Luego vino con las chicos. Su cara estaba llena de sonrisa.

- Y, Casimiro?

- Me parece que de esta tunda no zafo, dijo el indio   sin dejar de sonrreir.

- Mi viejo me va a fajar nomás.  Dijo preocupado.
- Ya andaba maliciando que yo lo estaba desobedeciendo.

- Que vas a hacer?

- Y si te venis a casa, decimos que es para estudiar.

-No se. Ya me voy a arreglar, dijo como resignado. Aunque seguro que el muy ladino ya tenía su plan armado.

- Lo voy a estar mirando para ganar la puerta.

- Si no me corta el paso, no me agarra y me rajo al monte

- Me quedo un par de horas, hasta que se le pase.

-Venite a casa, ahí no hay peligro, habías dicho vos

- Bueno, si se pone fea  la cosa

- Hablo con mi viejo, por ahí lo convence.

- Dale, pero l bronca l dura poquito-

Mateo trataba de ser serio pero sonreía. Estaba acotumbrado a ls fechorías de su hermano mas chico y hasta le resultaban divertidas.

Mateo se acercó su padre conversó unas palabras, luego caminó hacia tu padre, caminaba derecho, con los hombros hacia atrás

- Sabe, don?: He cambiado de idea, si está de acuerdo y me da unos días de permiso yo le voy a amansar al Lobuno. Lo va a poder montar hasta  su señora o la nena, si hija, se lo aseguro.

- El Casimiro me va a ayudar

- De acuerdo, y…

- Gracias Mateo, luego hablamos de lo que va a cobrar.

- No hay problema, Señor. Me gusta el caballo.

Tu padre le ofreció la petaca, Mateo bebió un trago y se la devolvió, el padre de Mateo se había acercado y tu padre, en un geto cordial le había arrojado la petaca  desde un par de metros que el hombre, con habilidad agarró en el aire, tomó un largo trago y preguntó.

- Está contento don?

- Y…¡¿Qué le parece?!...Tu padre sonreía..

- Increíble el Casimiro. Dijo tu padre

- Indiecito sotreta, había dicho dijo el indio viejo.

-Y me salvó al Lobuno.

Esa noche, había una fiesta en tu casa, con baile y cosas traídas de la ciudad, había venido hasta un obispo que dijo misa en tu casa en un altar armado en el living. El  tema de conversación era sobre el    Lobuno aquel potro chúcaro que de pronto se hizo manso. Los Chicos, tu padre y Mateo sabía la verdad, los invitados no.

Los chicos, felices espiábamos la fiesta desde  la cocina en la falda de la Nicolasa comiendo aquellos pastelitos, pequeños y sabrosos que  después de freírlos pasaba por almíbar. Casimiro estaba ahí, invitado de honor de honor y como siempre, devoraba los pastelitas mas rápido que lo que la Nicolasa los freía. Por el veinticinco nos quedábamos  levantados hasta tarde.

Al día siguiente volveríamos a robar zanahorias o repollos o, ¿Por qué no? Inventar nuevas fechorías.

El día siguente lo fuiste a buscar a Casimiro.

- Y?..Te fajaron?

- No. Esta vez me salvé de la tunda.

- No te dijo nada tu viejo?

- Uhhhh!. De dio un sermón de media hora.

- Me iba a fajar pero mi mamá y el Mateo lo convencieron

- Pero para mi que no estaba enojado

- Sabés? Dijo el indio.

-A mi viejo le gustan los caballos y creo que tu viejo lo convenció.

Tu amigo, el indio Casimiro había zafado, una vez ms  de la tunda prometida.

Había pasado un año, hacía dos días que la tormenta se había disipado. Y el cielo en esa mañana helada estaba azul oscuro y sin nubes y el estruendo de  las bombas del amanecer  indicaban que el día de la Patria  comenzaba y con él el final de las clases y el principio de las esperadas vacaciones, En la escuela, y aún sin que amaneciera, el viejo chocolate tradicional unía a chicos y maestros en  aquella costumbre  antigua de comenzar el festejo de las fechas patrias, cuando aún era de noche juntas autoridades, pobladores, maestros y alumnos, entonando el Himno Nacional acompañado por la música del piano de la escuela y tomando el chocolate espeso y dulzón,  antes del comienzo de los actos y  discursos.

Por la tarde, tu padre se lucía, elegante en la parada, en el lobuno que lucía un chapeado que era la envidia de muchos,  montando  aquel potro compadrón, escarceador y coscojero que tenía  el nombre de un cacique. Se llamaba Catriel.

rasz. 2013.